Transcripción del discurso del Presidente Obama en Egipto, 4 de junio de 2009
04 de junio de 2009
Andy Worthington
"Un nuevo comienzo
Pronunciado en la Universidad de El Cairo
Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones.
Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y
durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de
adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el
progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto.
También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo
estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país:
salam aleicom.
Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo,
tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate
sobre política actual. La relación entre el Islam y el Occidente incluye siglos
de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas.
Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó
derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una Guerra Fría en la que a
menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener
en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la
modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a considerar que
el Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.
Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría pequeña pero capaz de
musulmanes. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los esfuerzos continuos
de estos extremistas de actuar violentamente contra civiles han llevado a
algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no
sólo con Estados Unidos y los países del Occidente, sino también con los
derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza.
Mientras nuestra relación sea definida por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran
el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la
cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la
prosperidad. Éste ciclo de suspicacia y discordia debe terminar.
He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, que se
base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que
Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que
compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes,
principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de
todos los seres humanos.
Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por su cuenta
puede acabar con años de desconfianza, ni puedo en el tiempo que tengo contestar
todas las preguntas complejas que nos han traído a este momento. Pero estoy
convencido que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos, y
demasiadas veces, eso se dice solamente detrás de puertas cerradas. Debe haber
un esfuerzo sostenido de escucharnos unos a los otros, de aprender unos de
otros; de respetarnos unos a los otros, y de buscar terreno común. Como nos
dice el Sagrado Corán, “Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad”.
Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible,
reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme
convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho
más poderosos que las fuerzas que nos dividen.
Parte de esta convicción está arraigada en mi propia experiencia. Soy cristiano, pero mi padre pertenecía a
una familia en Kenia que incluye a varias generaciones de musulmanes. De niño,
pasé varios años en Indonesia y escuché el llamado del Azán al amanecer y
atardecer. De joven, trabajé en comunidades de Chicago donde muchos encontraban
dignidad y paz en su religión musulmán.
Como estudioso de la historia, sé también que la civilización tiene una deuda con el Islam. Fue el
Islam –en lugares como la Universidad Al-Azhar– el que llevó la antorcha del
aprendizaje durante muchos siglos y preparó el camino para el Renacimiento y el
Siglo de las Luces en Europa. Fueron las comunidades musulmanas las que
inventaron nuestra brújula magnética y herramientas de navegación; las que
desarrollaron el álgebra; nuestra pericia con la pluma y la impresión; nuestro
entendimiento del proceso de contagio de las enfermedades y las formas de
curarlas. La cultura islámica nos ha brindado majestuosos arcos y altísimas
torres; poesía y música de eterna belleza; elegante caligrafía y lugares de
contemplación pacífica. Y en toda la historia, el Islam ha demostrado por medio
de sus palabras y actos las posibilidades de la tolerancia religiosa e igualdad
de las razas.
Sé también que el Islam siempre ha sido parte de la historia de Estados Unidos. La primera nación en
reconocer a mi país fue Marruecos. Al firmar el Tratado de Trípoli en 1796,
nuestro segundo presidente, John Adams, escribió, "Estados Unidos no tiene
ninguna enemistad con las leyes, religión o tranquilidad de los
musulmanes". Y desde nuestra fundación, los musulmanes estadounidenses han
enriquecido a Estados Unidos. Lucharon en nuestras guerras, trabajaron para el
gobierno, defendieron los derechos civiles, abrieron negocios, enseñaron en nuestras
universidades, sobresalieron en nuestros estadios deportivos, ganaron premios
Nóbel, construyeron nuestro más alto rascacielos y encendieron la antorcha
olímpica. Y cuando el primer musulmán estadounidense fue elegido recientemente
al Congreso y juró defender nuestra Constitución usó el mismo Sagrado Corán que
uno de nuestros fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal.
Entonces, conocí el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue originalmente
revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que esa alianza entre Estados
Unidos y el Islam se debe basar en lo que es el Islam, no en lo que no es, y
considero que es parte de mi responsabilidad como Presidente de Estados Unidos
luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan.
Pero ese mismo principio debe aplicarse a la percepción musulmana de Estados Unidos. Así como los
musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el
estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. Los
Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo
jamás haya conocido. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado
en base al ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y
luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras
fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las
culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a
un concepto simple: E pluribus unum: "De muchos, uno".
Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido
ser elegido Presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de
oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los
casos en Estados Unidos, pero la promesa todavía existe para todos los que
llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes
estadounidenses que hoy están en nuestro país y tienen ingresos y educación por
encima del promedio.
Es más, la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los
estados de nuestro país y más de 1,200 mezquitas dentro de nuestras fronteras.
Por eso el gobierno de Estados Unidos recurrió a los tribunales para proteger
el derecho de las mujeres y niñas a llevar el jiyab, y castigar a quienes se lo negaban.
Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de Estados Unidos. Y considero que Estados Unidos
es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición
social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un
trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios.
Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad.
Por supuesto, el reconocimiento de nuestra humanidad común es apenas el comienzo de nuestra
tarea. Las palabras por sí solas no satisfacen las necesidades de nuestros
pueblos. Estas necesidades solo se satisfacerán si actuamos audazmente en los próximos
años. Y debemos actuar con el entendimiento de que la gente en todo el mundo
enfrenta los mismos desafíos, y si fracasamos, las consecuencias nos
perjudicarán a todos.
Pues hemos aprendido de acontecimientos recientes que cuando un sistema financiero se debilita en un
país, hay menos prosperidad en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a
un ser humano, todos estamos en peligro. Cuando una nación procura armas
nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando
extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne
sobre gente al otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en
Darfur son asesinados, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es
lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI. Somos mutuamente
responsables ante los demás seres humanos.
Ésa es una responsabilidad difícil de asumir. Ya que la historia de la humanidad ha sido a menudo una
letanía de naciones y tribus que subyugan a otras para satisfacer sus propios
intereses. Sin embargo, en esta nueva era, semejantes actitudes son
contraproducentes. Debido a nuestra interdependencia, cualquier régimen en el
mundo que eleve a una nación o grupo humano por encima de otro inevitablemente
fracasará. Así que cualquiera sea nuestra opinión del pasado, no debemos ser
prisioneros de él. Debemos solucionar nuestros problemas colaborando, debemos
compartir nuestro progreso.
Eso no significa que debemos ignorar las fuentes de tensión. De hecho, sugiere que debemos hacer
exactamente lo contrario: debemos enfrentar estas tensiones de frente. Y con
esa intención, permítanme hablar de la manera más clara y transparente posible
sobre algunos asuntos específicos que creo que debemos finalmente enfrentar juntos.
Lo primero que debemos encarar es el extremismo violento en todas sus formas
En Ankara, dejé en claro que Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin
embargo, les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que
representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo
mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres,
mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como Presidente proteger al
pueblo estadounidense.
La situación en Afganistán demuestra las metas de Estados Unidos y nuestra necesidad de trabajar juntos.
Hace más de siete años, Estados Unidos tenía amplio apoyo internacional cuando
fue en pos de Al Qaida y el Talibán. Ir allá no fue una opción; fue una
necesidad. Y estoy consciente de que hay quienes cuestionan o justifican los
acontecimientos del 11 de septiembre. Pero seamos claros: Al Qaida asesinó a
casi 3,000 personas ese día. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños
inocentes de los Estados Unidos y muchos otros países que no habían hecho nada
para hacerle daño a nadie. Y sin embargo, Al Qaida los asesinó sin
misericordia, se adjudicó responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue
declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala. Tienen
militantes en muchos países y están tratando de ampliar su alcance. Éstas no
son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar.
Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán. No queremos tener bases
militares allá. Es doloroso para los Estados Unidos perder a nuestros jóvenes.
Continuar este conflicto tiene un costo político y económico muy alto. De muy
buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos
la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán
decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es
la situación.
Por eso estamos trabajando con una coalición de cuarenta y seis países. Y a pesar de los costos
requeridos, el compromiso de los Estados Unidos no se debilitará. De hecho,
ninguno de nosotros debe tolerar a estos extremistas. Han cometido asesinatos
en muchos países. Han asesinado a gente de diferentes religiones, y más que
nada, han asesinado a musulmanes. Sus actos son irreconciliables con los
derechos de los seres humanos, el progreso de las naciones y el Islam. El
Sagrado Corán enseña que quien mata a un inocente, mata a toda la humanidad; y
quien salva a una persona, salva a toda la humanidad. La religión perdurable de
más de mil millones de personas es mucho más fuerte que el odio intransigente
de unos pocos. Islam no es parte del problema en la lucha contra el extremismo
violento, es parte importante de avanzar la paz.
También sabemos que el poderío militar por sí solo no va a resolver los problemas en Afganistán y
Pakistán. Por eso planeamos invertir $1,500 millones de dólares cada uno de los
próximos cinco años, a fin de asociarnos con Pakistán para construir escuelas y
hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a quienes
han sido desplazados. Por eso estamos proporcionando más de $2,800 millones
para ayudar al pueblo de Afganistán a desarrollar su economía y prestar
servicios de los que depende la gente.
Permítanme también hablar del tema de Irak. A diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra
en Irak, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo.
Aunque creo que, a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía
de Sadam Husein, también creo que los acontecimientos en Irak han recordado a
los Estados Unidos de Norteamerica que es necesario usar la diplomacia y
promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando
sea posible. De hecho, podemos citar las palabras de Thomas Jefferson, quien
dijo: “Espero que nuestra sabiduría aumente con nuestro poder y nos enseñe que
cuanto menos usemos nuestro poder, éste se incrementará”.
Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y a dejar
Irak en manos de los iraquíes. Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no
queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio
ni de sus recursos. La soberanía de Irak es toda suya. Por eso ordené el
retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto. Por eso
cumpliremos con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, democráticamente
elegido, de retirar nuestras tropas de combate de las ciudades iraquíes para
julio y de retirar todas nuestras tropas de Irak para el 2012. Ayudaremos a Irak
a capacitar a sus Fuerzas de Seguridad y a desarrollar su economía.
Respaldaremos, como socio y jamás como patrón, a un Irak seguro y unido.
Y finalmente, así como Estados Unidos no puede tolerar la violencia a manos de extremistas, nunca
debemos cambiar nuestros principios. El 11 de septiembre fue un trauma enorme
para nuestro país. El temor y la ira que causó son comprensibles, pero en
algunos casos, nos llevó a actuar en contra de nuestros ideales. Estamos
tomando medidas concretas para cambiar de curso. He prohibido inequívocamente
el uso de tortura por Estados Unidos y he ordenado que se clausure la prisión
en la bahía de Guantánamo para comienzos del próximo año.
Entonces, Estados Unidos se defenderá, respetuoso de la soberanía de las naciones y el imperio de la ley. Y
lo haremos en alianza con las comunidades musulmanas que también se ven
amenazadas. Cuanto antes se aísle a los extremistas y no se les acepte en las
comunidades musulmanas, más pronto estaremos todos más seguros.
La segunda fuente importante de tensión que necesitamos discutir es la situación entre los israelíes,
palestinos y el mundo árabe
Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable. Se
basa en lazos culturales e históricos, y el reconocimiento de que el anhelo de
un territorio judío está arraigado en una historia trágica que no se puede negar.
Alrededor del mundo, el pueblo judío fue perseguido durante siglos, y el antisemitismo en Europa
culminó en un Holocausto sin precedente. Mañana, visitaré Buchenwald, que fue
parte de una serie de campos donde los judíos fueron esclavizados, torturados,
abaleados y asesinados en cámaras de gas por el Tercer Reich. Seis millones de
judíos fueron aniquilados, más que toda la actual población judía de Israel.
Negar ese hecho es infundado, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la
destrucción o repetir viles estereotipos sobre los judíos son acciones
profundamente equivocadas y sólo logran evocar entre los israelíes el más
doloroso de los recuerdos y, a la vez, impedir la paz que los pobladores de la
región merecen.
Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino –musulmanes y cristianos– también ha sufrido
en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor
del desplazamiento. Muchos esperan, en campamentos para refugiados en la Ribera
Occidental, Gaza y tierras aledañas, una vida de paz y seguridad que nunca han
tenido. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que surgen de
la ocupación. Entonces, que no quepa duda alguna: la situación para el pueblo
palestino es intolerable. Estados Unidos no les dará la espalda a las
aspiraciones legítimas de los palestinos de dignidad, oportunidades y un estado propio.
Durante décadas, el conflicto se ha quedado en tablas: dos pueblos con aspiraciones legítimas, cada
uno con una dolorosa historia que hace difícil llegar a un acuerdo. Es fácil
asignar la culpa, para los palestinos culpar el desplazamiento a raíz de la
fundación de Israel, y para los israelíes culpar la hostilidad constante y los
ataques llevados a cabo durante toda su historia por dentro y fuera de sus
fronteras. Pero si vemos este conflicto solamente de un lado o del otro,
entonces no podemos ver la verdad: la única resolución es que las aspiraciones
de ambos lados las satisfagan dos estados, donde los israelíes y los palestinos
tengan paz y seguridad.
Es de interés para Israel, es de interés para Palestina es de interés para Estados Unidos y de interés
para el mundo entero. Es por eso que mi intención es personalmente abocarme a
esta solución dedicando toda la paciencia que la tarea requiere. Las
obligaciones que las partes acordaron conforme al plan son claras. Para que
llegue la paz, es hora de que ellos –y todos nosotros– cumplamos con nuestras responsabilidades.
Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia por medio de violencia y asesinatos está
mal y no resulta exitosa. Durante siglos, las personas de raza negra en Estados
Unidos sufrieron los azotes del látigo como esclavos y la humillación de la
segregación. Pero no fue con violencia que lograron derechos plenos y
equitativos. Fue con una insistencia pacífica y decidida en los ideales
centrales de la fundación de Estados Unidos. Esta misma historia la pueden
contar pueblos desde Sudáfrica hasta el sur de Asia; desde Europa Oriental
hasta Indonesia. Es una historia con una verdad muy simple: la violencia es un
callejón sin salida. No es señal de valentía ni fuerza el lanzar cohetes contra
niños que duermen, ni hacer estallar ancianas en un autobús. Así no se obtiene
autoridad moral; así se renuncia a ella.
Éste es el momento en que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina
debe desarrollar su capacidad de gobernar, con instituciones que satisfagan las
necesidades de su pueblo. Hamas cuenta con respaldo entre algunos palestinos,
pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en hacer
realidad las aspiraciones de los palestinos, y unir al pueblo palestino, Hamas
debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos pasados, y reconocer el
derecho de Israel a existir.
Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que así como no se puede negar el derecho de Israel a
existir, tampoco se puede negar el de Palestina. Estados Unidos no acepta la
legitimidad de más asentamientos israelíes. Dicha construcción viola acuerdos
previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Es hora de que cesen
dichos asentamientos.
Israel también debe cumplir con sus obligaciones de asegurarse de que los palestinos puedan vivir y
trabajar y desarrollar su sociedad. Y asi como es de devastadora para familias
palestinas, la crisis humanitaria en Gaza que continua no contribuye a la
seguridad de Israel, ni tampoco lo hace la falta de oportunidades en la Ribera
Occidental. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe ser
parte del camino hacia la paz, e Israel debe tomar pasos concretos para
permitir ese progreso.
Finalmente, los estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un punto de partida
importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí
ya no debe ser usado para distraer a los pobladores de los países árabes y
disimular la existencia de otros problemas. Más bien, debe dar lugar a medidas
para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sustenten
su estado; a reconocer la legitimidad de Israel, y a optar por el progreso por
encima de la contraproducente atención al pasado.
Estados Unidos alinearemos nuestra política con quienes buscan la paz, y diremos en público las cosas que
les decimos en privado a los israelíes y palestinos y árabes. No podemos
imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no
desaparecerá. Asimismo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un estado
palestino. Es hora de actuar basado en lo que todos sabemos es cierto.
Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha derramado demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la
responsabilidad de trabajar para que llegue el día en que las madres de
israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin temor; cuando la
Tierra Santa de tres grandes religiones sea el lugar de paz que Dios se propuso
que fuera; cuando judíos y cristianos y musulmanes puedan tener en Jerusalén un
hogar seguro y perdurable, y un lugar donde todos los hijos de Abraham
fraternicen pacíficamente como en la historia del Isrá, cuando se unieron para
orar Moisés, Jesús y Mahoma (que la paz esté con ellos).
La tercera fuente de tensión es nuestro interés compartido en los derechos y responsabilidades de
los países con relación a las armas nucleares
Este asunto ha sido una fuente de tensión en particular entre Estados Unidos y la República Islámica de
Irán. Durante muchos años, Irán se ha definido en parte por su oposición a mi
país, y de hecho, la historia entre nosotros ha sido tumultuosa. En medio de la
Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un
gobierno iraní elegido democráticamente. Desde la Revolución Islámica, Irán ha
desempeñado un papel en secuestros y actos de violencia contra militares y
civiles estadounidenses. Esta historia es muy conocida. En vez de permanecer
atrapados en el pasado, les he dejado en claro a los líderes y al pueblo de
Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás. La cuestión ahora no es a
qué se opone Irán, sino más bien, qué futuro quiere forjar.
Será dificil superar decadas de desconfianza, pero avanzaremos con valentía, rectitud, y convicción.
Habrán muchos temas que discutir entre nuestros dos países, y estamos
dispuestos a seguir adelante sin precondiciones basados en un respeto mutuo.
Pero no hay duda para quienes se ven afectados, que en cuanto a las armas
nucleares, hemos llegado a un punto decisivo. Esto no es simplemente cuestión
de los intereses de Estados Unidos. Esto es cuestión de evitar una carrera de
armas nucleares en el Oriente Medio que podría llevar a esta región por un
camino sumamente peligroso.
Comprendo a quienes protestan que algunos países tengan armas que otros no tienen. Ningún país por
su cuenta debe escoger cuáles países deben tener armas nucleares. Es por eso
que he reafirmado firmemente el compromiso de Estados Unidos de procurar un
mundo en el que ningún país tenga armas nucleares. Y todo país –incluido Irán–
debe tener el derecho de utilizar energía nuclear pacífica si cumple con sus
responsabilidades conforme al Tratado de No Proliferación Nuclear. Ese
compromiso es esencial en el tratado, y todos los que lo ratifican deben
cumplirlo sin falta. Y tengo la esperanza de que todos los países en la región
puedan compartir en este objetivo.
El cuarto asunto que deseo tratar es la democracia
Sé que ha habido una polémica sobre la promoción de la democracia en años recientes y que gran parte
de dicha controversia tiene que ver con la guerra en Irak. Entonces, permítanme
ser claro: ninguna nación puede ni debe imponer un sistema de gobierno a una nación.
Eso no disminuye mi compromiso, sin embargo, con los gobiernos que reflejan la voluntad del pueblo.
En cada nación, este principio cobra vida a su manera, en base a las
tradiciones de su propia gente. Estados Unidos no pretende saber lo que es
mejor para todos, así como no pretenderíamos determinar el resultado de
elecciones pacíficas. Pero sí tengo una convicción inquebrantable en que todas
las personas anhelan ciertas cosas: la posibilidad de expresarse libremente y
tener voz y voto en la forma de gobierno; la confianza en el estado de derecho
e imparcialidad de la justicia; un gobierno transparente que no le robe a su
gente; la libertad de vivir según escoja cada uno. Éstas no son solo ideas
estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que nosostros los
apoyaremos en todas partes.
No existe un camino directo para alcanzar esta promesa. Pero no hay duda de esto: los gobiernos que
protegen estos derechos, a fin de cuentas, son más estables, exitosos y
seguros. La supresión de ideas nunca logra hacer que desaparezcan. Estados
Unidos valora el derecho de todas las voces pacíficas y respetuosas de la ley
de ser escuchadas en todo el mundo, incluso si discrepamos con ellas. Y
acogeremos a todos los gobiernos electos y pacíficos, siempre que gobiernen
respetando a toda su gente.
Este último punto es importante porque hay quienes abogan por la democracia solo cuando no están en
el poder, y ya en el poder, no tienen misericordia al buscar la supresión de
los derechos de otros. No obstante donde ocurra, el gobierno del pueblo y por
el pueblo establece un solo estándar para quienes están en el poder: deben
mantener su poder a través del consentimiento, no la coerción; deben respetar
los derechos de las minorías y participar basado en la tolerancia y el
consenso; deben poner los intereses de su pueblo y los procesos políticos
legítimos por encima de su partido. Sin estos ingredientes, elecciones por su
cuenta no resultan en verdadera democracia.
El quinto asunto que debemos encarar juntos es la libertad religiosa
El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y
Córdoba durante la Inquisición. Lo vi con mis propios ojos de niño en
Indonesia, donde los cristianos devotos practicaban su religión libremente en
un país predominantemente musulmán. Ése es el espíritu que necesitamos hoy. Las
personas de todos los países deberían ser libres de escoger su religión y
llevar una vida como lo dicte su mente, corazón y alma. Esta tolerancia es
esencial para que la religión prospere, pero está siendo atropellada de muchas
maneras diferentes.
Entre algunos musulmanes, hay una tendencia preocupante de medir las creencias propias en base al rechazo
de las de los demás. La riqueza de la diversidad religiosa debe defenderse, ya
sea por los maronitas del Líbano, o los coptos en Egipto. Y también se deben
cerrar las divisiones entre musulmanes, ya que la separación entre suníes y
chiítas ha resultado en trágica violencia, particularmente en Irak.
La libertad de religión es fundamental para que los pueblos puedan convivir. Siempre debemos examinar las
formas en que la protegemos. Por ejemplo, en Estados Unidos, las normas sobre
los donativos benéficos han hecho que sea más difícil que los musulmanes
cumplan con su obligación religiosa de zakat. Es por eso que me he comprometido
a trabajar con los musulmanes estadounidenses para asegurar de que puedan
cumplir con el zakat.
Asimismo, es importante que países del Occidente eviten impedir que los ciudadanos musulmanes puedan
practicar su religión como les parezca, por ejemplo, dictando qué ropa deben
usar las mujeres musulmanas. No podemos esconder la hostilidad hacia cualquier
religión con el pretexto del liberalismo.
De hecho, la fe nos debe unir. Por eso estamos forjando proyectos de servicio en Estados Unidos que
reúnan a cristianos, musulmanes y judíos. Por eso acogemos los esfuerzos como
el Diálogo Interreligioso del rey Abdullah de Arabia Saudita y el liderazgo de
Turquía en la Alianza de Civilizaciones. Alrededor del mundo, podemos convertir
el diálogo en servicio interreligioso, para que los puentes entre los pueblos
lleven a actos, ya sea al combatir la malaria en África o proporcionar socorro
tras una catástrofe natural.
El sexto asunto que deseo abordar son los derechos de la mujer
Sé que existe debate sobre este tema. Rechazo el punto de vista de algunas personas en Occidente de que la
mujer que opta por cubrir su cabello es, de cierta manera, menos igual, pero sí
creo que a una mujer a la que se le niega educación se le niega la igualdad. Y
no es coincidencia que los países donde las mujeres cuentan con una buena
educación tienen bastante más probabilidades de ser prósperos.
Y permítanme ser claro: los problemas relativos a la igualdad de la mujer no solamente ocurren en el Islam.
En Turquía, Pakistán, Bangladesh e Indonesia, hemos visto a países de mayoría
musulmana elegir a una mujer como líder. A la vez, la lucha por la igualdad de
las mujeres continua en muchos aspectos de la vida estadounidense, y en países
alrededor del mundo.
Nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos, y nuestra prosperidad común
se puede promover si permitimos a toda la humanidad – hombres y mujeres – a
lograr su potencial entero. Yo no creo que las mujeres tengan que tomar las
mismas decisiones que los hombres para lograr la igualdad, y respeto a las
mujeres que escogen vivir sus vidas de manera tradicional. Pero debe ser por
decisión propia. Por eso Estados Unidos se asociará con cualquier país de
mayoría musulmana para apoyar mayor alfabetización de las niñas, y para ayudar
a las jóvenes a buscar empleo por medio del microfinanciamiento, que ayuda a la
gente a hacer sus sueños realidad.
Finalmente, deseo hablar sobre el desarrollo económico y las oportunidades
Sé que para muchos, la faz de la globalización es contradictoria. El Internet y la televisión pueden traer
conocimientos e información, pero también sexualidad ofensiva y violencia
irracional. El comercio puede traer nueva riqueza y oportunidades, pero también
enormes alteraciones y cambios para las comunidades. En todos los países
–incluido el mío– este cambio puede producir temor. El temor de que la
modernidad significará perder el control de nuestras opciones económicas,
nuestra política y, lo más importante, nuestra identidad, lo que más apreciamos
de nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras tradiciones y nuestra fe.
Pero también sé que el progreso humano no se puede negar. No hay necesidad de que el desarrollo y la
tradición se contradigan. Países como Japón y Corea del Sur lograron el
crecimiento de su economía y a la vez mantuvieron culturas singulares. Ése
también es el caso del asombroso progreso dentro de países de mayoría musulmana
desde Kuala Lumpur hasta Dubai. En la antigüedad y en nuestros tiempos,
comunidades musulmanas han estado a la vanguardia de la innovación y la educación.
Esto es importante porque ninguna estrategia de desarrollo se puede basar solamente en lo que sale de la
tierra, ni se puede sostener mientras los jóvenes están desempleados. Muchos
países del golfo han gozado de enorme riqueza como consecuencia del petróleo, y
algunos están comenzando a concentrarse en un desarrollo más extenso. Pero
todos nosotros debemos reconocer que la educación e innovación serán la moneda
del siglo XXI, y en demasiadas comunidades musulmanas se mantiene una inversión
inadecuada en estas areas. Estoy poniendo énfasis en semejantes inversiones dentro
de mi país. Y aunque Estados Unidos en el pasado se ha concentrado en el
petróleo y gas en esta región del mundo, ahora buscamos una relación más amplia.
Con respecto a la educación, ampliaremos los programas de intercambio y aumentaremos las becas,
como la que llevó a mi padre a Estados Unidos, y a la vez alentaremos a más
estadounidenses a estudiar en comunidades musulmanas. Y encontraremos becas en
Estados Unidos apropiadas para estudiantes musulmanes prometedores;
invertiremos en la enseñanza por Internet para maestros y niños de todo el
mundo, y crearemos una nueva red de Internet, de manera que un adolescente en
Kansas se pueda comunicar instantáneamente con un adolescente en El Cairo.
Con respecto al desarrollo económico, crearemos un nuevo cuerpo de empresarios voluntarios para
contactarlos con colegas en países de mayoría musulmana. Y presidiré una Cumbre
sobre Iniciativa Empresarial este año para identificar formas de afianzar
vínculos entre líderes empresariales, fundaciones y empresarios sociales en
Estados Unidos y las comunidades musulmanas alrededor del mundo.
En cuanto a ciencia y tecnología, crearemos un nuevo fondo para apoyar el desarrollo tecnológico en
los países de mayoría musulmana, y para ayudar a transferir ideas al mercado de
manera que puedan generar empleos. Abriremos centros de excelencia científica
en África, el Oriente Medio y el sudeste asiático, y nombraremos a nuevos
delegados de ciencias para que colaboren en programas que desarrollen nuevas
fuentes de energía, generen empleos verdes, digitalicen archivos, purifiquen el
agua y produzcan nuevos cultivos.
Y hoy estoy anunciando una nueva campaña global con la Organización de la Conferencia Islámica para
erradicar la poliomielitis y expandiremos sociedades con comunidades musulmanas
a fin de promover la salud infantil y materna.
Todas estas cosas se deben hacer conjuntamente. Los estadounidenses están listos para unirse a ciudadanos
y gobiernos; organizaciones comunitarias, líderes religiosos y empresas en
comunidades musulmanas alrededor del mundo para ayudar a nuestra gente lograr
una vida mejor.
No será fácil abordar los asuntos que he mencionado. Pero tenemos la responsabilidad de unirnos para
beneficio del mundo que queremos hacer realidad: un mundo donde los extremistas
ya no amenacen a nuestros pueblos y los soldados estadounidenses puedan
regresar a casa; un mundo donde tanto israelíes como palestinos tengan
seguridad en un estado propio, y la energía nuclear se use para fines
pacíficos; un mundo donde los gobiernos estén al servicio de sus ciudadanos y
se respeten los derechos de todos los hijos de Dios. Esos son intereses mutuos.
Ése es el mundo que queremos. Pero sólo lo podemos lograr juntos.
Sé que hay muchos, musulmanes y no-musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo
comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e
impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que
estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener
conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta
desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.
Todos nosotros compartimos este mundo sólo por un breve periodo. El asunto es si vamos a pasar este tiempo
centrados en lo que nos separa o si nos comprometeremos a realizar un esfuerzo
–un esfuerzo sostenido– con el fin de encontrar terreno común, de concentrarnos
en el futuro que queremos para nuestros hijos y de respetar la dignidad de
todos los seres humanos.
Es más fácil comenzar guerras que llevarlas a su fin. Es más fácil culpar a otros que mirar hacia
adentro, ver las diferencias en los demás que las semejanzas. Pero debemos
escoger el camino correcto, no el camino fácil. También hay una regla central
en toda religión: Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. Esta verdad
trasciende naciones y pueblos, y no es una convicción nueva; no es negra ni
blanca ni morena; no es cristiana ni musulmana ni judía. Es una creencia que
latía en los orígenes de la civilización y que aún late en el corazón de miles
de millones. Es la fe en los demás, y es lo que me trajo hoy aquí.
Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un nuevo
comienzo, teniendo en mente lo que está escrito.
El Sagrado Corán nos dice, “O humanidad! Los hemos creado hombres y mujeres, y los hemos agrupado en
naciones y tribus con tal de que se conozcan el uno al otro”.
El Talmud nos dice: “Todo el Tora tiene como propósito promover la paz”.
La Santa Biblia nos dice, “Benditos los que promueven la paz; ellos se llamarán hijos de Dios”.
Los pueblos del mundo pueden vivir juntos y en paz. Sabemos que ésa es la visión de Dios. Ahora, ésa
debe ser nuestra labor aquí en la Tierra. Gracias. Y que la paz de Dios esté
con ustedes.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|